viernes, 24 de julio de 2015

La onza y la ballena

Máximo Cozzetti


Revista EL REVERSO -Otra cara de la numismática- 
Año 4, Diciembre 2012, Página 4
EDICIÓN TERCER ANIVERSARIO
Boletín Electrónico del Centro Filatélico y Numismático San Francisco



Portada de la revista El Reverso #19 

La historia de la literatura nos muestra que la especial fascinación que ejercen las monedas no es privilegio exclusivo de los numismáticos. No pocos autores han sucumbido a la tentación y el encanto de los discos de metal acuñado para incluirlos en sus obras y dotarlos inclusive de un protagonismo propio. 

Ello sucede en Moby Dick (1851), de Herman Melville. Allí, el Capitán Ahab clava una onza española de oro (o doblón de a ocho) al palo mayor de su barco, el Pequod, con la promesa de entregarla al primero de sus marineros que descubra a la ballena blanca. 

Tan importante es la moneda para la trama, que el autor le dedica por entero el capítulo 99, titulado “El doblón”. En ese capítulo, Ismael, protagonista y narrador de la historia, nos describe la pieza:

«Ahora, este doblón era del más puro oro virgen, arrancado en algún sitio del corazón de montes ubérrimos, de los que, a este y oeste, fluyen las fuentes de más de un Pactolo. Y aunque clavado ahora entre todas las herrumbres de los pernos de hierro y el verde gris de las chavetas de cobre, sin embargo, intocable e inmaculado para cualquier impureza, aún conservaba su fulgor de Quito. [...] Ahora, esas nobles monedas de oro de Sudamérica son como medallas del sol y muestras del trópico. En ellas se acuñan, en lujuriante profusión, palmeras, alpacas, volcanes, discos del sol, estrellas, eclípticas, cuernos de la abundancia y ricas banderas ondeantes; de modo que el precioso oro parece casi obtener más valor y realzar gloria al pasar por esas fantasiosas Casas de Moneda tan hispánicamente poéticas. Ocurrió por cierto, que el doblón del Pequod era un ejemplo riquísimo de esas cosas. En su canto redondo llevaba las letras: REPÚBLICA DEL ECUADOR: QUITO. De modo que esa brillante moneda procedía de un país situado en el centro del mundo, bajo el gran ecuador, y con su nombre; y se había acuñado a media altura de los Andes, en el inalterado clima que no conoce otoño. Rodeada por esas letras, se veía la imagen de tres cimas andinas; de una salía una llama; una torre, de otra; de la tercera un gallo cantando; mientras que, en arco sobre ellas, había un segmento del zodíaco en compartimientos con todos los signos marcados con su cabalística habitual, y el sol, como clave del arco, entrando en el punto equinoccial en Libra.»

En el resto del capítulo, Melville pone en boca de los tripulantes del Pequod, las sensaciones que transmite la moneda a cada uno de ellos. Desfilan así frente a la moneda el propio Ahab, el primer oficial Starbuck, el segundo oficial Stubb, el tercer oficial Flask, el arponero Queequeg, el pequeño Pip, entre otros marineros, cada cual maravillado a su modo con la moneda. 

Pero, ¿cuál es esta moneda tan particular que fascina a los marineros del Pequod? Ahab nos dice que es una onza española de oro, y que su valor es de dieciséis dólares. Ismael nos cuenta su procedencia: Quito, Ecuador, y describe, como es lógico al tratarse de una moneda clavada al palo mayor de la embarcación, solo una de sus caras, que tiene tres montañas, con una llama, una torre y un gallo sobre cada una de ellas, un segmento del zodiaco y un sol. 

El interrogante que, como es habitual, surge en este momento es:


¿existe una moneda ecuatoriana que reuna tales características? 

Efectivamente, existe. Se trata de los 8 escudos (onza) de oro acuñados entre 1838 y 1841 (y con una variante, hasta 1843) en la ceca de Quito.

Ecuador, 8 escudos de 1841 «Moby Dick»

La cara que describe Ismael y que fascina a los tripulantes del Pequod es el anverso, y en ella apreciamos el por entonces escudo del Ecuador. Su acuñación se dispuso por decreto de 14 de junio de 1836 y dice así:

Artículo 1°: "Desde la fecha de este decreto, se sellarán en la casa de moneda de esta capital doblones de a ocho o medias onzas de oro, con el tipo siguiente: en el anverso tendrá en todo el plano de enfrente, y a una elevación correspondiente el sol sobre el zodiaco o eclíptica, perpendicular á la línea equinoccial, indicando el Ecuador sobre el sol, y á una distancia proporcionada, se manifestarán siete estrellas, que indican las siete provincias que forman la República. A la derecha estarán los dos cerros principales que hacen el nudo de la cordillera de Pichincha: en el primer punto el guagua Pichincha sobre el cual reposará un Cóndor, i en el segundo el ruco Pichincha volcán. A la izquierda del escudo se gravará un risco, sobre él una torre, i sobre esta se colocará otro Cóndor que haga frente al que está sobre el cerro de la derecha. La inscripción será República del Ecuador – Quito colocado perpendicularmente bajo el sol; i á la derecha de Quito las letras iniciales del ensayador. En el reverso: el busto de la libertad, que llene el plano, cuya cabeza estará ceñida de una cinta con la inscripción Libertad. En la circunferencia llevará esta otra: El poder en la Constitución. Debajo del busto se fijará el año de la emisión con el número de quilates á su izquierda, en esta forma 21 Qs i á la derecha del milésimo el valor de la media onza, indicando con el número i letra siguientes 4 E. que son cuatro escudos…”. 
Ecuador, 8 escudos 1842, reverso. «Moby Dick»

Varias son las consideraciones que podemos efectuar de la lectura del decreto. La primera es que no menciona a las onzas, cuya acuñación comenzó, como se dijo, dos años después de la sanción de la norma citada. La segunda es que, contrario a la creencia de Ismael, las aves (que son dos y no una, como menciona, una sobre la torre y la otra sobre el cerro) son cóndores, y no gallos. La confusión es, no obstante, entendible, toda vez que los principales investigadores de la historia del escudo del Ecuador se ocupan en señalar que las aves de las monedas ni de los sellos de la época parecen cóndores.

Más confusión se agrega cuando se lee el decreto del 12 de enero de 1833, antecedente del decreto de 1836, y del mismo escudo nacional de Ecuador, y por el que se mandaba: “sellar escudos de oro, pesetas i medio reales de plata; fijando el tipo que debe caracterizar estas monedas". 

En el artículo 2º de la parte resolutiva dice: “En el anverso de ellas se grabarán las armas del Estado, compuestas de dos cerritos que se reunen por sus faldas, sobre cada uno de ellos aparecerá posada un águila; i el sol llenará el fondo del plano…” (...). Se ignora el motivo de la inclusión de las águilas –que tampoco parecen tales en las monedas–, así como el de su reemplazo por el cóndor, aunque es indudable que este último tiene mayor identificación con la geografía ecuatoriana.

Finalmente, la tercera consideración que podemos hacer, como ya ha sido señalada por otros autores, es que el decreto no menciona cuáles son los signos del zodiaco que debían acuñarse. Ismael, por su parte, solo menciona a Libra. ¿Cuáles son, entonces, estos signos, que tanto llaman la atención al verlos en una moneda y que intrigaron a los marineros del Pequod? Perfectamente identificables por sus símbolos tradicionales, de izquierda a derecha (del observador), los signos que se aprecian son Leo, Virgo, Libra y Escorpio.

El significado de los signos es más difícil de desentrañar, incluso para los investigadores de la historia del escudo del Ecuador. Afirma al respecto Eduardo Estrada Guzmán: “fue un desafío determinar el simbolismo de los signos del zodiaco que fueron colocados en el escudo. Quien lo diseñó nunca se molestó en decir lo que significaban. Había que ubicar un evento cívico que encajara entre los meses que representan esos signos: Leo, de julio-agosto a Escorpión, de octubre-noviembre. […] Se pensó en la Revolución de Octubre de 1820, pero según muchos de nuestros historiadores esa había sido prácticamente una revolución relámpago, pues nos relatan que comenzó el 1° de octubre y concluyó el 9.

Casi estaba descartada cuando [se] pudo demostrar satisfactoriamente que no había sido tan relámpago como la habían pintado. La primera evidencia fue la fecha de llegada de los tres oficiales del Batallón Numancia: Miguel Letamendi, León Febres Cordero y Luis Urdaneta, que equivocadamente se la ha dado por parte de muchos historiadores como a fines de septiembre. Ellos llegaron en realidad a fines de julio y bien claro dijeron que a su llegada ya habían encontrado actividad revolucionaria. Entonces tenemos que los signos de Leo, Virgo, Libra y Escorpión encajan perfectamente con la Revolución de Octubre, desde las conspiraciones iniciales por parte de los patriotas guayaquileños, su reforzamiento por parte de los oficiales del Numancia, su consumación el día 9 y el establecimiento de la Junta de Gobierno. Así, el escudo de armas cubría los prodigios geográficos de la sierra y el evento más glorioso de la costa, el 9 de octubre de 1820, que fue el inicio de la liberación efectiva del futuro Ecuador” 2 .

Pero el autor no solo acierta en la descripción de la moneda, sino también en su denominación y valor. Llamamos a la pieza indistintamente “doblón” y “onza”. El “doblón” designa a las monedas de oro que circularon en España y América entre los siglos XVI a XIX, y cuyo valor fue variable según su clase y época. 

Tiene su origen en la moneda de dos castellanos o doblas mandada acuñar por los Reyes Católicos en 1497, pasando en 1566 a denominar a la moneda de dos escudos 3 . Sin embargo, los doblones más famosos son los denominados doblones de a ocho, acuñados a partir del reinado de Felipe III en España, y de Carlos II en América, y llamados así por su valor de ocho escudos; fue, durante dos siglos, una de las monedas de mayor aceptación y valor en el mundo. 
La “onza” es el otro nombre con el que se conocía al doblón de a ocho, y aunque también designaba a una unidad del sistema ponderal español, su peso no era el mismo. Apunta Burzio que su empleo era más frecuente en América que en Europa, donde su nombre corriente era el de “doblón de España”4
Lo mismo es aplicable a los Estados Unidos, y se aprecia en el propio lenguaje de la obra, dado que Melville utiliza casi invariablemente la expresión “doblón” para referirse a la moneda, con la única excepción en el capítulo XXXVI, en el que, al momento de clavarla en el palo mayor, Ahab la llama “onza” en dos oportunidades. En cuanto a su valor, que Ahab y los marineros comentan es de dieciséis dólares, se explica en virtud de lo dispuesto por la Coinage Act, de 1792, la primera ley monetaria de los Estados Unidos, y que explícitamente fijó la equivalencia entre el dólar y el peso español de 8 reales de plata (llamado “Spanish milled dollar”); de acuerdo al sistema monetario español, un doblón de a ocho u onza valía 16 pesos de plata, es decir 16 dólares. 

Desentrañados los misterios de la onza ecuatoriana, debemos señalar que las referencias numismáticas en Moby Dick no acaban aquí, ya que la comentada no es la única pieza que se menciona, aun cuando su papel protagónico es indisputable. Será el segundo oficial Stubb quien nos dirá: “He visto doblones otras veces en mis viajes: los doblones de la vieja España, los doblones de Chile, los doblones de Bolivia, los doblones de Popayán…”. El dato es muy impreciso, pero igualmente nos permitimos hacer algunas consideraciones. Dado que la moneda clavada es una onza o doblón de a ocho, es razonable suponer que a ese valor se está refiriendo Stubb en sus recuerdos. Las onzas españolas se acuñaron tanto en la península como en las cecas americanas, comenzando en 1611 y 1696, y hasta 1820 y 1824, respectivamente 5

Por lo que respecta a las monedas americanas, suponemos que se refiere a piezas acuñadas después de la independencia –ya que también existen monedas acuñadas en los lugares mencionados durante la época colonial–; las onzas de Chile comenzaron a acuñarse en 1818, con un diseño que se mantuvo hasta 1834, siendo remplazado por otro en 1835, hasta que en 1839 se adopta el diseño final, que se mantendría, con algunas modificaciones hasta 1851; las onzas de Bolivia se acuñaron desde 1831 y mantuvieron el mismo diseño hasta 1840, que con algunas modificaciones siguió hasta 1847, retomándose –nuevamente modificado– en 1852 y hasta 1857; finalmente, las onzas de Popayán se acuñaron entre 1822 y 1838 bajo la Gran Colombia, y entre 1837 y 1846 bajo la República de la Nueva Granada 6 . (...)

2 ESTRADA GUZMÁN, Eduardo: op. cit. Págs.106-107. 
3 BURZIO, Humberto F.: “Diccionario de la Moneda Hispanoamericana”. Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, Santiago de Chile, Peuser, Buenos Aires, 1958, Tomo I, Pág. 147, vocablo: DOBLÓN. 
4 BURZIO, Humberto F.: op. cit., Tomo II, Pág. 154, vocablo: ONZA. 
5 CALICÓ, Xavier: “Numismática Española. Catálogo de todas las monedas emitidas desde los Reyes Católicos hasta Juan Carlos I. 1474 a 2001”. Aureo & Calicó. Barcelona, 2008, passim. 
6 BRUCE, Colin R. (Ed.): “Standard Catalog of World Coins 1801 -1900”. Cuarta edición. Krause Publications, Iola, 2004, passim. 




martes, 7 de julio de 2015

Moby Dick y el Ecuador

Diego Bolaños P., UCCG

Herman Melville es el autor de fascinantes novelas relacionadas con el mar, dos de ellas, con una estrecha relación a nuestro hermoso país, Ecuador: Moby Dick y Las Encantadas.

Moby Dick es, probablemente, la obra más importante del escritor norteamericano. Se trata de un magnífico relato del mar y un completo tratado de ballenas. La expedición del Pequod sirvió a Melville para describir la búsqueda de realidades externas e interiores a través de varias ideas contrapuestas, como tierra y mar; vida y muerte; bien y mal; ser y parecer; luz y oscuridad y algunas otras. No hace mucho, pude disfrutar –también- de la película basada en este gran libro, la que fue rodada en aguas de las islas Canarias y de las Azores, donde se filmaron a los últimos balleneros tradicionales europeos en plena actividad.
Ecuador, 8 escudos 1841 «Moby Dick»

Mi pasión por la numismática del Ecuador ha hecho que, desde hace mucho tiempo, intente relacionar la imagen del doblón ecuatoriano de oro, que el capitán Ahab clavó en el mástil de su barco, con el Ecuador. Tarea nada fácil, para un escritor copy-paste como yo. Pero, para regocijo mío y alivio de los lectores de este blog, encontré en la red un artículo del ilustre escritor: Dr. Jaime Marchán Romero, quien es Embajador Ecuatoriano de Carrera del Servicio Exterior, escritor notable, profesor de derechos culturales del Instituto Henry Dunnat (España) y miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. La transcripción del artículo que les voy a presentar, está basado en su discurso de incorporación a dicha Academia.

Cabe indicar que las referencias citadas por el autor del artículo, siguen la edición completa de Moby Dick o la ballena blanca, publicada por la Editorial Debate, cuarta edición, Barcelona, 2003, traducción de Enrique Pezzoni e ilustraciones de Rockwell Kent 


Moby Dick por scumbugg 
(autorizada para uso en este blog)
(…) Luego de haber leído varias veces Moby Dick en su versión completa, me sorprendí gratamente al advertir, lápiz en mano, no sólo las reiteradas referencias que en ella se hacen a nuestro país, sino la constatación del hecho singular de que el Ecuador marítimo es el escenario principal de la novela; esta elección no es azarosa, sino deliberada, precisa y determinante para el eje narrativo.

A fin de demostrar esta afirmación, iré citando textualmente dichas referencias en el mismo orden en que se despliegan a lo largo del texto de la novela. 

En la primera de ellas, luego de varios episodios atinentes a los preparativos y al zarpe de la nave, Ismael –el narrador de la historia– nos cuenta, en bello lenguaje literario, que:


 «el Pequod, dejando atrás los hielos y témpanos, 
siguió avanzando hacia la luminosa primavera de Quito 
que reina en el mar casi perpetuamente, 
en los umbrales del eterno agosto del trópico».

Poco después, el empecinado capitán Ahab abandona por primera vez su camarote, convoca a la tripulación a cubierta y, levantando hacia el cielo una resplandeciente moneda de oro, anuncia a los marineros que la dará como recompensa a quien primero aviste a la Ballena Blanca: 


«Todos ustedes, vigías –dice en voz alta–, 
me han oído dar órdenes acerca de 
una ballena blanca (...). ¡Aquel de 
ustedes que me anuncie una ballena 
de cabeza blanca, frente rugosa y 
mandíbula torcida (...) recibirá 
esta onza de oro, muchachos! (...)”. 
Restregaba lentamente la moneda de oro 
contra los faldones de su abrigo, 
como para aumentar su brillo, y cantaba 
quedamente para sí, sin palabras, produciendo 
un sonido tan extrañamente sofocado e 
inarticulado que parecía el chirrido maquinal 
de las ruedas de la vitalidad oculta en su interior».

Poco más tarde, Ismael nos informa textualmente que «el Pequod había zarpado desde Nantucket al iniciarse la Estación del Ecuador». ¿Y por qué en dicha estación y hacia ese punto geográfico concreto?, cabe preguntarse:


 «Porque en ese lugar y en ese tiempo 
–nos aclara–, durante varios años consecutivos
 [Ahab] había visto a Moby Dick detenerse 
periódicamente, así como el sol, en su revolución anual, 
se detiene durante un intervalo ya calculado 
en cada uno de los signos del Zodíaco. 
Allí, por otra parte, habían ocurrido casi 
todos los encuentros mortales 
con la Ballena Blanca; allí las olas contenían la historia 
de sus hazañas; allí estaba el trágico lugar donde el viejo
 monomaníaco había encontrado el 
territorio móvil de su venganza(...)»

No puede ser más clara esta explicación. Mas como el texto de la novela es extenso y durante la travesía ocurren y se intercalan otros incidentes menores, páginas más adelante Ismael siente la necesidad de volvernos a recordar que: 


«el circunnavegante Pequod recorría todas 
las zonas de caza balleneras del mundo, antes de 
bajar hacia el Ecuador, en el Pacífico. Allí, 
aunque su busca no hubiere dado resultado en otras partes, 
Ahab pensaba que presentaría batalla a Moby Dick, 
en el mar más frecuentado por el monstruo, 
según se sabía, y en una estación durante la cual era 
razonable alimentar la esperanza de encontrarlo».

La mención del Ecuador en este pasaje tampoco es antojadiza. Es sabido que es posible avistar ballenas a lo largo de toda la costa ecuatoriana. Recorren 7.000 mil kilómetros desde la Antártida para aparearse frente a sus costas.  El propio Ismael nos confirma que: 


«se las encuentra en el Ecuador, a tiempo para 
la temporada de la alimentación, quizá recién llegadas 
de los mares del norte, donde han ido para huir del 
estío y el desagradable calor del verano. 
Y cuando se han paseado durante un tiempo 
por la zona del Ecuador, zarpan hacia las aguas orientales,
 ante la inminencia de la estación fresca que empezará allí; 
de ese modo evitan durante todo el año las temporadas excesivas»

Basado en estos datos y en su obcecada intuición, el capitán Ahab presiente, desde el inicio mismo de la acción, que Moby Dick reaparecerá en aguas ecuatorianas. Son días y días de navegar. A los marineros –dice Ismael– «se les ha hinchado las muñecas a fuerza de remar el día entero sobre la línea del Ecuador». Experto narrador, Melville nos lleva a lo largo de su monumental novela como peces atrapados en la red. «¿Qué eres tú, lector –nos dice–, sino un Pez Suelto y también un Pez Amarrado?» El escritor va dosificando sabiamente la acción para mantener vivo el interés del lector. Así, llegamos al emblemático pasaje del doblón de oro, cuya descripción merece una cita más detallada:


Doblón de oro presentado en la película Moby Dick de John Huston
Foto de willieboyd2 en CoinTalk
«Ese doblón era del oro más puro y virginal, extraído del corazón de alguna maravillosa colina donde, a oriente y occidente, corren sobre arenas de oro las aguas surgentes (...). Y aunque ahora estaba clavado entre la herrumbre de los tornillos y el verdín de los pernos de cobre, aún conservaba su brillo de Quito, intangible, inmaculado (...). Los marineros, cada uno lo veneraba como el talismán de la Ballena Blanca. A veces hablaban de él durante las fatigosas guardias nocturnas, preguntándose a quién habría de corresponderle y si su dueño viviría lo bastante para gastarlo. Esas nobles monedas de oro de Sudamérica son como medallas del sol y símbolos del trópico. En ella aparecen grabados en rica profusión palmeras, alpacas y volcanes; discos del sol y estrellas; elípticas, cuernos de la abundancia y suntuosas banderas. De modo que del precioso oro parece provenir una riqueza ulterior, una gloria excelsa que pasa por esos troqueles fantasiosos, tan hispánicamente poéticos. El doblón del Pequod era un rico ejemplo de todo eso. En su borde circular llevaba la inscripción: REPÚBLICA DEL ECUADOR: QUITO. Así, la reluciente moneda venía de un país situado en medio del mundo, bajo el gran Ecuador, bautizado con ese nombre, y había sido fundida en medio de los Andes, en ese clima invariable que no conoce otoños. Rodeada por esas letras, se veía en ella la imagen de tres cumbres andinas y, en la primera, una llama; en la segunda, una torre; en la tercera, un gallo que cacareaba. Sobre todo ello se enarcaba un fragmento de zodíaco con los signos representados según su habitual sentido cabalístico, y el sol, clave de todos ellos, en el momento de entrar en el equinoccio, en Libra.»

La imagen del doblón queda fija en la mente del lector, igual que en la de los marineros. Cada vez que éstos pasan por el mástil de la embarcación, la contemplan y sueñan con poseerla: 


«He visto otros doblones durante mis viajes 
–dice para sí Stubb, uno de los oficiales de la tripulación–: 
los de la vieja España, y los doblones del Perú, 
los doblones de Chile, los doblones de Bolivia, 
los doblones de Popayán, y también infinitos moidores 
y pistolas de oro y reales y medios reales y cuartos de reales. 
¿Qué tendrá, pues, este doblón del Ecuador, que lo hace tan milagroso? 
(...) Lo leeré también yo. ¡Vaya! ¡Aquí sí que hay signos y maravillas! 
(...). Signos y maravillas, y el sol siempre está dentro de 
ellos (...). ¡Triste cosa si no hay nada de maravilloso en 
los signos o nada de significativo en las maravillas!»

¿Son suficientes las referencias textuales hasta ahora citadas para haber demostrado la incumbencia de Moby Dick, la novela maestra de Melville, con el Ecuador? Puede ser que sí, mas permítanme citar unas cuantas más. 

Mientras la tripulación se mantiene escéptica sobre el real paradero de Moby Dick y juzga al capitán como un loco delirante, éste ha venido siguiendo en los trazos de su mapa y en las señales del mar la ruta de su ballena. Sabe que sus cálculos y mediciones son correctos. Durante el trayecto, al encontrarse con el ballenero inglés Samuel Enderby, tiene la oportunidad de constatar esos datos. Para su dicha, el capitán de la otra embarcación le confirma haber avistado a la gran ballena «allá, en el Ecuador, la estación pasada». Y precisa: «Algún tiempo después, cuando volvimos hacia el Ecuador, oímos hablar de Moby Dick, como la llaman, y entonces comprendí que era ella»

Este diálogo de borda a borda entre ambos capitanes devuelve a los marineros del Pequod la esperanza de encontrar a la Ballena Blanca y poder hacerse –al menos uno de ellos– con la recompensa prometida. La tripulación se prepara y, entre otras medidas, se impone la veda de cerveza, porque:


«en el Ecuador, en nuestra pesca austral 
–explica Ismael–, la cerveza serviría 
para hacer dormir a los arponeros en la cofas y 
nublarles la cabeza en los botes, con 
las consiguiente pérdidas dolorosas (...)»

Pese a la complejidad y extensión del corpus narrativo, que fluye y refluye como las ondas del mar a lo largo de un texto de cerca de ochocientas páginas, el objetivo central de la novela –la caza de la ballena en aguas ecuatorianas– no nos abandona. Así, aproximándonos cada vez más al escenario del drama, el narrador nos dice: 


«Por fin se acercaba la temporada de caza en el Ecuador
todos los días, cuando Ahab alzaba los ojos al 
salir de la cabina, el timonel vigilante asía la barra 
y los marineros ansiosos corrían ansiosos hacia las vergas 
y allí se detenían, con los ojos fijos en el doblón clavado, 
esperando con impaciencia la orden de poner proa hacia el Ecuador
La orden llegó en su momento. Era casi mediodía y Ahab, 
sentado en la proa de su bote izado, hacía la observación 
cotidiana del sol para determinar la latitud» 

Doscientas más adelante, luego de narrarnos una serie de vicisitudes de tan larga travesía, Ismael – brújula fiel que nos guía a través de este extenso y agitado relato– nos recuerda nuevamente que 


«con su avance determinado tan sólo por la barquilla 
y la línea de Ahab, el Pequod seguía rumbo hacia el Ecuador
hasta acercarse a los bordes (...) de la zona de caza ecuatorial (...)»

Las escenas que preceden al encuentro del capitán Ahab con Moby Dick están llenas de tensión y presagio. El capitán ha aguzado la mirada; su mente no piensa más que en el enfrentamiento con la bestia, a la que presiente cada vez más cerca. 


«En la línea del horizonte –nos alerta Ismael–, 
un movimiento blando y trémulo, que se ve especialmente 
en el Ecuador, revelaba su fe apasionada y palpitante (...)»

Finalmente, Ahab, el hombre, matará a Moby Dick, el cetáceo que le cercenó la pierna, pero no podrá acabar con las ballenas. La novela misma es un canto a su supervivencia y, para ese homenaje a la vida animal, Melville vuelve a hacer referencia a nuestro mar: 


«La eterna ballena –dice– sobreviviría y elevándose en 
la cresta más alta de la ola ecuatorial, arrojaría su 
espumoso desafío a los cielos»

La última escena en que escuchamos la voz del capitán Ahab – escena que, según la secuencia de la novela, ocurre también en aguas ecuatorianas– es de una grandeza dramática estremecedora: 


Ilustración de Rockwell Kent en la primera edición de libro Moby Dick de Herman Melville.
Foto publicada en FalseArt
«¡Me precipito hacia ti, ballena, que todo lo destruyes sin vencer! Lucho contigo hasta el último instante; desde el centro del infierno te atravieso; en nombre del odio, vomito mi último aliento sobre ti. ¡Húndanse todos los ataúdes, todas las carrozas fúnebres en un foso c
omún! (...) Quiero ser remolcado en pedazos para seguir persiguiéndote, atado a tu cuerpo, maldita ballena! ¡Así entrego mi lanza! (...). Entonces volaron pájaros pequeños, chillando sobre el abismo aún abierto; una tétrica rompiente blanca golpeó contra sus bordes escarpados. Después, todo se desplomó y el sudario del mar volvió a extenderse como desde hacía cinco mil años». 

Llegados a este punto, vale la pena anotar que las múltiples referencias al Ecuador a lo largo del texto y acción de la novela no sólo son geográficas o toponímicas, sino que Melville las utiliza también como metáforas y, en algunos casos, como hipérboles poderosas. Así, al aludir a la cojera del capitán Ahab, el carpintero del Pequod dice: 


«He oído decir que la isla de Albermarle (Isla Isabela), 
en las Galápagos, está cortada justo en medio por el Ecuador
Se me ocurre que una especie de Ecuador corta 
por el medio a ese viejo. ¡Siempre está en el Ecuador



Información adicional:






martes, 14 de abril de 2015

El Medio Real de 1833 y su "rudimentaria factura"

Melvin Hoyos G.
Club Filatélico Guayaquil.

Algo digno de ser observado en nuestros primeros predecimales son las características del medio real de 1833 «quebrado»

Ecuador, 1833, Medio Real «quebrado» (anverso)
Ecuador, 1833, Medio Real «quebrado» (reverso)

Observen con detenimiento su RUDIMENTARIA FACTURA. Están viendo el estilo de tallar cuños del primer artista que trabajó para la Casa de Moneda [de Quito], incluso desde 1832 cuando hacía los primeros ensayos para la primera acuñación de prueba a realizarse en el mes de Agosto de ese año.

Su nombre era Juan Orellana y para mi gusto era un pésimo artista, pero gracias a ello le imprimió un carácter inconfundible a las monedas cuyos cuños fabricó. Si quieren tener un tesoro en sus manos busquen reales; escudos y monedas de dos reales de 1833 hechas con esa factura del MEDIO QUEBRADO....Tendrán entonces un tesoro en sus manos.

Fotografía del ejemplar vendido por la casa de subastas Heritage Auctions en el evento  World Stamp; Ancient Coins CICF Signature Auction #3019 (25 de abril al 1 de mayo del 2012) en la ciudad de Chicago en $1,610.00. Lote 24203.


Comentario publicado en el artículo: Monedas Predecimales del Ecuador y editado por UCCG con fines informativos.


miércoles, 14 de enero de 2015

Nuevo libro: THE ECUADOR REGISTER. Victor Holden

Victor Holden -Autor- publicó el 8 de enero una nota de prensa sobre la nueva edición de su serie THE ECUADOR REGISTER.


THE ECUADOR REGISTER, es un censo de los billetes emitidos desde 1928 a 1980 por el Banco Central del Ecuador (junto con un listado de las cuestiones posteriores a 1980 que no están incluidos en el Censo ). Es un trabajo excepcional que consta con valiosa información como:
  • Nombre completo de los signatarios,
  • El número de billetes emitidos para cada fecha, 
  • Combinaciones de series y firma combinación, 
  • Todas las variedades conocidas y Errores.
La primera parte de este notable trabajo corresponde a los billetes de 5 Sucres, y su segunda parte a los billetes de 10 Sucres.





Son 59 páginas que Victor S. Holden, lanzó al mercado el pasado mes de septiembre de 2014 en Hong Kong. El precio US $50 incluye el envío.

Pídelo al correo electrónico ecuadormanhk@yahoo.com.hk y realiza tu pago a través de PayPal .