martes, 7 de julio de 2015

Moby Dick y el Ecuador

Diego Bolaños P., UCCG

Herman Melville es el autor de fascinantes novelas relacionadas con el mar, dos de ellas, con una estrecha relación a nuestro hermoso país, Ecuador: Moby Dick y Las Encantadas.

Moby Dick es, probablemente, la obra más importante del escritor norteamericano. Se trata de un magnífico relato del mar y un completo tratado de ballenas. La expedición del Pequod sirvió a Melville para describir la búsqueda de realidades externas e interiores a través de varias ideas contrapuestas, como tierra y mar; vida y muerte; bien y mal; ser y parecer; luz y oscuridad y algunas otras. No hace mucho, pude disfrutar –también- de la película basada en este gran libro, la que fue rodada en aguas de las islas Canarias y de las Azores, donde se filmaron a los últimos balleneros tradicionales europeos en plena actividad.
Ecuador, 8 escudos 1841 «Moby Dick»

Mi pasión por la numismática del Ecuador ha hecho que, desde hace mucho tiempo, intente relacionar la imagen del doblón ecuatoriano de oro, que el capitán Ahab clavó en el mástil de su barco, con el Ecuador. Tarea nada fácil, para un escritor copy-paste como yo. Pero, para regocijo mío y alivio de los lectores de este blog, encontré en la red un artículo del ilustre escritor: Dr. Jaime Marchán Romero, quien es Embajador Ecuatoriano de Carrera del Servicio Exterior, escritor notable, profesor de derechos culturales del Instituto Henry Dunnat (España) y miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. La transcripción del artículo que les voy a presentar, está basado en su discurso de incorporación a dicha Academia.

Cabe indicar que las referencias citadas por el autor del artículo, siguen la edición completa de Moby Dick o la ballena blanca, publicada por la Editorial Debate, cuarta edición, Barcelona, 2003, traducción de Enrique Pezzoni e ilustraciones de Rockwell Kent 


Moby Dick por scumbugg 
(autorizada para uso en este blog)
(…) Luego de haber leído varias veces Moby Dick en su versión completa, me sorprendí gratamente al advertir, lápiz en mano, no sólo las reiteradas referencias que en ella se hacen a nuestro país, sino la constatación del hecho singular de que el Ecuador marítimo es el escenario principal de la novela; esta elección no es azarosa, sino deliberada, precisa y determinante para el eje narrativo.

A fin de demostrar esta afirmación, iré citando textualmente dichas referencias en el mismo orden en que se despliegan a lo largo del texto de la novela. 

En la primera de ellas, luego de varios episodios atinentes a los preparativos y al zarpe de la nave, Ismael –el narrador de la historia– nos cuenta, en bello lenguaje literario, que:


 «el Pequod, dejando atrás los hielos y témpanos, 
siguió avanzando hacia la luminosa primavera de Quito 
que reina en el mar casi perpetuamente, 
en los umbrales del eterno agosto del trópico».

Poco después, el empecinado capitán Ahab abandona por primera vez su camarote, convoca a la tripulación a cubierta y, levantando hacia el cielo una resplandeciente moneda de oro, anuncia a los marineros que la dará como recompensa a quien primero aviste a la Ballena Blanca: 


«Todos ustedes, vigías –dice en voz alta–, 
me han oído dar órdenes acerca de 
una ballena blanca (...). ¡Aquel de 
ustedes que me anuncie una ballena 
de cabeza blanca, frente rugosa y 
mandíbula torcida (...) recibirá 
esta onza de oro, muchachos! (...)”. 
Restregaba lentamente la moneda de oro 
contra los faldones de su abrigo, 
como para aumentar su brillo, y cantaba 
quedamente para sí, sin palabras, produciendo 
un sonido tan extrañamente sofocado e 
inarticulado que parecía el chirrido maquinal 
de las ruedas de la vitalidad oculta en su interior».

Poco más tarde, Ismael nos informa textualmente que «el Pequod había zarpado desde Nantucket al iniciarse la Estación del Ecuador». ¿Y por qué en dicha estación y hacia ese punto geográfico concreto?, cabe preguntarse:


 «Porque en ese lugar y en ese tiempo 
–nos aclara–, durante varios años consecutivos
 [Ahab] había visto a Moby Dick detenerse 
periódicamente, así como el sol, en su revolución anual, 
se detiene durante un intervalo ya calculado 
en cada uno de los signos del Zodíaco. 
Allí, por otra parte, habían ocurrido casi 
todos los encuentros mortales 
con la Ballena Blanca; allí las olas contenían la historia 
de sus hazañas; allí estaba el trágico lugar donde el viejo
 monomaníaco había encontrado el 
territorio móvil de su venganza(...)»

No puede ser más clara esta explicación. Mas como el texto de la novela es extenso y durante la travesía ocurren y se intercalan otros incidentes menores, páginas más adelante Ismael siente la necesidad de volvernos a recordar que: 


«el circunnavegante Pequod recorría todas 
las zonas de caza balleneras del mundo, antes de 
bajar hacia el Ecuador, en el Pacífico. Allí, 
aunque su busca no hubiere dado resultado en otras partes, 
Ahab pensaba que presentaría batalla a Moby Dick, 
en el mar más frecuentado por el monstruo, 
según se sabía, y en una estación durante la cual era 
razonable alimentar la esperanza de encontrarlo».

La mención del Ecuador en este pasaje tampoco es antojadiza. Es sabido que es posible avistar ballenas a lo largo de toda la costa ecuatoriana. Recorren 7.000 mil kilómetros desde la Antártida para aparearse frente a sus costas.  El propio Ismael nos confirma que: 


«se las encuentra en el Ecuador, a tiempo para 
la temporada de la alimentación, quizá recién llegadas 
de los mares del norte, donde han ido para huir del 
estío y el desagradable calor del verano. 
Y cuando se han paseado durante un tiempo 
por la zona del Ecuador, zarpan hacia las aguas orientales,
 ante la inminencia de la estación fresca que empezará allí; 
de ese modo evitan durante todo el año las temporadas excesivas»

Basado en estos datos y en su obcecada intuición, el capitán Ahab presiente, desde el inicio mismo de la acción, que Moby Dick reaparecerá en aguas ecuatorianas. Son días y días de navegar. A los marineros –dice Ismael– «se les ha hinchado las muñecas a fuerza de remar el día entero sobre la línea del Ecuador». Experto narrador, Melville nos lleva a lo largo de su monumental novela como peces atrapados en la red. «¿Qué eres tú, lector –nos dice–, sino un Pez Suelto y también un Pez Amarrado?» El escritor va dosificando sabiamente la acción para mantener vivo el interés del lector. Así, llegamos al emblemático pasaje del doblón de oro, cuya descripción merece una cita más detallada:


Doblón de oro presentado en la película Moby Dick de John Huston
Foto de willieboyd2 en CoinTalk
«Ese doblón era del oro más puro y virginal, extraído del corazón de alguna maravillosa colina donde, a oriente y occidente, corren sobre arenas de oro las aguas surgentes (...). Y aunque ahora estaba clavado entre la herrumbre de los tornillos y el verdín de los pernos de cobre, aún conservaba su brillo de Quito, intangible, inmaculado (...). Los marineros, cada uno lo veneraba como el talismán de la Ballena Blanca. A veces hablaban de él durante las fatigosas guardias nocturnas, preguntándose a quién habría de corresponderle y si su dueño viviría lo bastante para gastarlo. Esas nobles monedas de oro de Sudamérica son como medallas del sol y símbolos del trópico. En ella aparecen grabados en rica profusión palmeras, alpacas y volcanes; discos del sol y estrellas; elípticas, cuernos de la abundancia y suntuosas banderas. De modo que del precioso oro parece provenir una riqueza ulterior, una gloria excelsa que pasa por esos troqueles fantasiosos, tan hispánicamente poéticos. El doblón del Pequod era un rico ejemplo de todo eso. En su borde circular llevaba la inscripción: REPÚBLICA DEL ECUADOR: QUITO. Así, la reluciente moneda venía de un país situado en medio del mundo, bajo el gran Ecuador, bautizado con ese nombre, y había sido fundida en medio de los Andes, en ese clima invariable que no conoce otoños. Rodeada por esas letras, se veía en ella la imagen de tres cumbres andinas y, en la primera, una llama; en la segunda, una torre; en la tercera, un gallo que cacareaba. Sobre todo ello se enarcaba un fragmento de zodíaco con los signos representados según su habitual sentido cabalístico, y el sol, clave de todos ellos, en el momento de entrar en el equinoccio, en Libra.»

La imagen del doblón queda fija en la mente del lector, igual que en la de los marineros. Cada vez que éstos pasan por el mástil de la embarcación, la contemplan y sueñan con poseerla: 


«He visto otros doblones durante mis viajes 
–dice para sí Stubb, uno de los oficiales de la tripulación–: 
los de la vieja España, y los doblones del Perú, 
los doblones de Chile, los doblones de Bolivia, 
los doblones de Popayán, y también infinitos moidores 
y pistolas de oro y reales y medios reales y cuartos de reales. 
¿Qué tendrá, pues, este doblón del Ecuador, que lo hace tan milagroso? 
(...) Lo leeré también yo. ¡Vaya! ¡Aquí sí que hay signos y maravillas! 
(...). Signos y maravillas, y el sol siempre está dentro de 
ellos (...). ¡Triste cosa si no hay nada de maravilloso en 
los signos o nada de significativo en las maravillas!»

¿Son suficientes las referencias textuales hasta ahora citadas para haber demostrado la incumbencia de Moby Dick, la novela maestra de Melville, con el Ecuador? Puede ser que sí, mas permítanme citar unas cuantas más. 

Mientras la tripulación se mantiene escéptica sobre el real paradero de Moby Dick y juzga al capitán como un loco delirante, éste ha venido siguiendo en los trazos de su mapa y en las señales del mar la ruta de su ballena. Sabe que sus cálculos y mediciones son correctos. Durante el trayecto, al encontrarse con el ballenero inglés Samuel Enderby, tiene la oportunidad de constatar esos datos. Para su dicha, el capitán de la otra embarcación le confirma haber avistado a la gran ballena «allá, en el Ecuador, la estación pasada». Y precisa: «Algún tiempo después, cuando volvimos hacia el Ecuador, oímos hablar de Moby Dick, como la llaman, y entonces comprendí que era ella»

Este diálogo de borda a borda entre ambos capitanes devuelve a los marineros del Pequod la esperanza de encontrar a la Ballena Blanca y poder hacerse –al menos uno de ellos– con la recompensa prometida. La tripulación se prepara y, entre otras medidas, se impone la veda de cerveza, porque:


«en el Ecuador, en nuestra pesca austral 
–explica Ismael–, la cerveza serviría 
para hacer dormir a los arponeros en la cofas y 
nublarles la cabeza en los botes, con 
las consiguiente pérdidas dolorosas (...)»

Pese a la complejidad y extensión del corpus narrativo, que fluye y refluye como las ondas del mar a lo largo de un texto de cerca de ochocientas páginas, el objetivo central de la novela –la caza de la ballena en aguas ecuatorianas– no nos abandona. Así, aproximándonos cada vez más al escenario del drama, el narrador nos dice: 


«Por fin se acercaba la temporada de caza en el Ecuador
todos los días, cuando Ahab alzaba los ojos al 
salir de la cabina, el timonel vigilante asía la barra 
y los marineros ansiosos corrían ansiosos hacia las vergas 
y allí se detenían, con los ojos fijos en el doblón clavado, 
esperando con impaciencia la orden de poner proa hacia el Ecuador
La orden llegó en su momento. Era casi mediodía y Ahab, 
sentado en la proa de su bote izado, hacía la observación 
cotidiana del sol para determinar la latitud» 

Doscientas más adelante, luego de narrarnos una serie de vicisitudes de tan larga travesía, Ismael – brújula fiel que nos guía a través de este extenso y agitado relato– nos recuerda nuevamente que 


«con su avance determinado tan sólo por la barquilla 
y la línea de Ahab, el Pequod seguía rumbo hacia el Ecuador
hasta acercarse a los bordes (...) de la zona de caza ecuatorial (...)»

Las escenas que preceden al encuentro del capitán Ahab con Moby Dick están llenas de tensión y presagio. El capitán ha aguzado la mirada; su mente no piensa más que en el enfrentamiento con la bestia, a la que presiente cada vez más cerca. 


«En la línea del horizonte –nos alerta Ismael–, 
un movimiento blando y trémulo, que se ve especialmente 
en el Ecuador, revelaba su fe apasionada y palpitante (...)»

Finalmente, Ahab, el hombre, matará a Moby Dick, el cetáceo que le cercenó la pierna, pero no podrá acabar con las ballenas. La novela misma es un canto a su supervivencia y, para ese homenaje a la vida animal, Melville vuelve a hacer referencia a nuestro mar: 


«La eterna ballena –dice– sobreviviría y elevándose en 
la cresta más alta de la ola ecuatorial, arrojaría su 
espumoso desafío a los cielos»

La última escena en que escuchamos la voz del capitán Ahab – escena que, según la secuencia de la novela, ocurre también en aguas ecuatorianas– es de una grandeza dramática estremecedora: 


Ilustración de Rockwell Kent en la primera edición de libro Moby Dick de Herman Melville.
Foto publicada en FalseArt
«¡Me precipito hacia ti, ballena, que todo lo destruyes sin vencer! Lucho contigo hasta el último instante; desde el centro del infierno te atravieso; en nombre del odio, vomito mi último aliento sobre ti. ¡Húndanse todos los ataúdes, todas las carrozas fúnebres en un foso c
omún! (...) Quiero ser remolcado en pedazos para seguir persiguiéndote, atado a tu cuerpo, maldita ballena! ¡Así entrego mi lanza! (...). Entonces volaron pájaros pequeños, chillando sobre el abismo aún abierto; una tétrica rompiente blanca golpeó contra sus bordes escarpados. Después, todo se desplomó y el sudario del mar volvió a extenderse como desde hacía cinco mil años». 

Llegados a este punto, vale la pena anotar que las múltiples referencias al Ecuador a lo largo del texto y acción de la novela no sólo son geográficas o toponímicas, sino que Melville las utiliza también como metáforas y, en algunos casos, como hipérboles poderosas. Así, al aludir a la cojera del capitán Ahab, el carpintero del Pequod dice: 


«He oído decir que la isla de Albermarle (Isla Isabela), 
en las Galápagos, está cortada justo en medio por el Ecuador
Se me ocurre que una especie de Ecuador corta 
por el medio a ese viejo. ¡Siempre está en el Ecuador



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